31 de octubre de 2015

Crónica del concierto de Anthrax y Slayer en Bilbao

Cuando llegué a la sala todo presagiaba una gran noche de metal, las entradas se habían agotado y los autobuses rodeaban la polivalente Fever, que recibe el nombre de Santana 27 para que los metaleros no perciban que acuden al mismo sitio en el que la gente baila los sábados al ritmo del último reguetón. Tras una breve cola accedí al recinto, eludiendo al gentío melenudo que no necesitaba la música que había empezado a sonar en el interior para pasárselo bien.


Kvelertak ya llevaba cinco minutos haciendo su trabajo para entonces, y no lo hacían del todo mal. Lo que pasa es que desde el principio experimentaron lo difícil que es abrir para dos bandas que llevan más de 30 años en activo. No es nada agradable estar en el mismo cartel que Anthrax y Slayer, menos aún si el estilo que practicas no es subgénero que cultivan las dos bandas. Los promotores se deberían de preocupar más de poner teloneros que tengan algo que ver con el artista principal, si bien supongo que habrá, como en todo, interereses comerciales por detrás. El caso es que la mezcla de black metal, rock and roll y punk que proponen estos chicos está bien, pero no encajaba del todo en el evento.


Era buen momento para acercarme a uno de los laterales del recinto, donde estaba ubicado la zona de venta de merchandising. Vergüenza les debiera de dar a los grupos pedir semejante pastizal por los productos que ofrecen. Para muestra un botón, camisetas de Slayer y Anthrax a 35E. El precio de otros productos también estaban por las nubes, como por ejemplo las gorras, por las que se pedían 30 pavos. Pedir es libre, comprar también.

Después de que los noruegos terminaran su concierto llegaba la hora de los dos platos fuertes de la noche, Anthrax y Slayer. Para que diera comienzo el concierto de los neoyorquinos los operarios retiraron rápidamente los amplificadores de los teloneros y prepararon el equipo.

Anthrax se comió el escenario y fueron a mí entender los grandes triunfadores de  la noche. La hora que duró el concierto se le quedó corta a todo el mundo. La banda se mostró muy simpática y cercana, haciendo honor a la fama que les precede. Tocaron temas clásicos, dos temas de su último disco y el single Evil Twin, que estrenaron la semana pasada.





De todas maneras hay que ponerle dos pegas al grupo. La primera es que Charlie Benante, baterista del grupo desde el primer disco y compositor del grupo, no estuvo presente. Su ausencia es entendible pues parece que tiene el síndrome del túnel carpiano, pero si sabía con anterioridad a la gira que no iba a estar presente en algunas fechas lo coherente era haberlo comunicado antes de que se vendieran las entradas. La segunda es que sólo tocaron una canción del disco Spreading the disease, algo imperdonable cuando el viernes se cumplían exactamente 30 años de su lanzamiento. No les hubiera costado nada quitar una canción de su último álbum y haber tocado otro tema de su segundo LP, más aún teniendo en cuenta que ya hace casi cinco años de que se editara Workship music.


Terminado el concierto del quinteto, se retiró su equipo y se preparó la escenografía y la parafernalia de Slayer. Los californianos no dieron tregua y estuvieron tocando durante algo más de hora y media. En todo ese tiempo apenas descansaron entre canciones. Sin embargo se mostraron bastante distantes con el público, especialmente Kerry King, que me parece que se cree una estrellita.

 
Ni un sólo homenaje hacía Jeff Hanneman más allá de un telón al final del concierto. Parece ser que los californianos todavía quieren mantener esa estúpida aura de ser los más duros del lugar. Tom Araya y Gary Holt, guitarrista de Exodus que sustituye a Jeff, fueron los más cercanos. De todas maneras Tom no se puso una bufanda de su Chile natal que le lanzaron desde el público y apenas habló en castellano. Tras repasar casi toda su discografía se despidieron con Raining Blood y Angel of Death.

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